Querida Reem
juliaigual | 9 març 2017Reem había despertado temprano aquella mañana, justo cuando su marido se iba a trabajar. Parecía un día normal, mas nadie sabía lo que iba a pasar en pocas horas.
Nada más levantarse, se vistió y fue a comprar al mercado de su pequeño pueblo, llamado Saqba. Hacía frío, así que decidió ponerse el abrigo algo raído por el uso continuado y continuó su camino.
Una vez llegó a la primera tienda, hubo algo que la distrajo. No supo exactamente qué era, pero entendió que algo no iba bien.
Cuando terminó las compras, caminó rápidamente hacia su hogar bajo la atenta mirada de los pueblerinos; justo entonces escuchó las primeras ráfagas de viento. Muchos pensaron que se avecinaba una tormenta de arena. Ilusos… Reem, que había vivido muchas más experiencias que la mayoría, no tardó en percatarse de lo que realmente sucedía: un bombardeo.
Llamó a su marido a gritos por la calle, pero no lo encontró. Sonaron las alarmas en el pueblo, pero éste, desprovisto de mecanismos para enfrentar el momento, fue calcinado prácticamente en el mismo instante.
Reem logró entrar en un edificio y esconderse en una especie de almacén, con la única compañía de sus pensamientos y los silbidos exteriores de los proyectiles.
Pasaron lo que le parecieron minutos, horas, incluso días. Y entonces llegó la calma, la desolación; aquél tiempo indefinido de silencio que daba paso a la desesperación.
La pequeña joven salió del edificio tropezando con algo que no logró identificar; bien podría ser una roca, o bien podría ser carne. El aire frío chocaba con la humedad en sus mejillas, pero se centró en seguir hacia su domicilio.
Nada más llegar, vio el paisaje de la pérdida: el polvo, la sangre. Y después, el rostro de su marido bajo los escombros. Fue entonces cuando se sintió desfallecer, y comprendió la cruda realidad de la guerra: siempre la sufrían quienes no lo merecían.